Los avances de las TICs han producido cambios sustantivos en la forma
de concebir la educación a distancia, la que ahora puede comenzar a
desenvolverse bajo formatos que permiten abandonar las antiguas tendencias
funcionalistas y/o instruccionales. Pero al tiempo que avanza en sus
posibilidades también concentra, cada vez en mayor medida, una serie de
preocupaciones que es deseable analizar y considerar, particularmente en los
ámbitos en que se definen las políticas institucionales universitarias.
El estado actual de la problemática que plantea esta innovación puede
sintetizarse en las siguientes proposiciones, las que refieren básicamente a
las modificaciones que debería implementar la universidad de manera de hacer
frente a las expectativas de cambio generadas en torno a la introducción de las
TICs en la educación.
i) En primer
término, la incorporación de los nuevos formatos multimediales, también
conocidos como e-learning y educación virtual, requiere de un esfuerzo
institucional que supera ampliamente la dotación de infraestructura y
equipamiento. Las universidades que han demostrado ser exitosas en la
implementación de esta nueva modalidad, conservando pautas de calidad
académica, evidencian que se debe
reformular la concepción de enseñanza y aprendizaje y también, esencialmente,
la cultura y la organización institucional.
Ello involucra a profesores y alumnos, quienes ya no
podrán continuar haciendo lo mismo; a los vínculos que históricamente se han
establecido con el conocimiento, debido esencialmente a dos nuevas
características paradojales, su acelerada mutación
y su disponibilidad casi ilimitada; y
finalmente, concierne también al modo de entender la organización y
administración académica, la cual deberá asegurar transparencia y confiabilidad
tanto como apertura y esencialmente, flexibilidad.
ii) Si la organización de la universidad no es reconsiderada-criticada-cuestionada, el
cambio que moviliza hacia la enseñanza basada en tecnología generará la
aparición de pequeñas células de producción de innovación de la cual no podrá
nutrirse la cultura ni la institución como un todo.
En casi todas las universidades de la Región existe ya
alguna experiencia al respecto, pero generalmente estas iniciativas quedan a
cargo de personas individuales “que
entienden y manejan las TICs”, o
bien, bajo la responsabilidad de los grupos que antiguamente llevaron adelante
los departamentos y/o direcciones de educación a distancia. El riesgo de este
sesgo en la articulación de la innovación y cambio es bien visible: de un lado, la incorporación de las
TICs se convierte en un asunto meramente tecnológico y de escasa apropiación
para el colectivo universitario; del otro, en una nueva oportunidad para el
avance y la reinstalación de los discursos didácticos y pedagógicos, a veces
muy poco actualizados respecto de la problemática del conocimiento extenso (en
web) y los desafíos del futuro (tecnología, sociedad, desarrollo, trabajo en
colaboración, etc.).
En el trance hacia la transformación, Jorge Etkin[1]
diferencia con lucidez lo que puede implicar la conservación en la perspectiva de la autoorganización o bien,
la apertura hacia el conflicto disruptivo. En el primer caso, la entidad se
cierra sobre sí misma, reiterándose en lo cotidiano, sosteniéndose con ánimo
autopoiético. En el segundo, abre a la discontinuidad del pensamiento y por
tanto, remueve la plataforma de creencias e ideas sentidas hasta entonces como
propias. Por ello nos aventuramos a pensar que la innovación educativa, como
espacio necesariamente recreativo y reflexivo, es un camino todavía abierto y
virgen, deseoso de ser recorrido.
iii) Lo dicho hasta aquí enfatiza una idea que puede
resultar interesante para comprender el modo como la innovación tecnológica
puede contribuir al cambio, esencialmente porque la educación superior no puede
permanecer ajena al potencial que aportan las TICs.
En efecto, no se trata tan sólo de mejoras en el plano
de la enseñanza y el aprendizaje, sino de nuevos escenarios para el trabajo en
red y colaborativo, para la formación de competencias y destrezas en el plano de la información y la
comunicación, las que son y serán demandadas a los egresados universitarios
para su inserción social y laboral. En consecuencia, las universidades deben
comprender que la migración hacia la enseñanza basada en las TICs implica un
cambio en el modelo pedagógico y que éste exige, a su vez, un cambio en el
modelo organizativo, particularmente porque no es posible seguir haciendo lo
mismo y/o reproduciendo las estructuras ya conocidas.
La virtualidad se plantea así como una oportunidad
para cuestionar lo ya establecido y poder avanzar creativamente hacia espacios
de mayor flexibilidad y plasticidad en la construcción del conocimiento. En
palabras de Duart y Sangrá: la
universidad deja de ser un templo del saber localizado físicamente y
temporalmente para convertirse en un espacio compartido y abierto de
construcción del conocimiento y facilitador de aprendizajes.[2]
iv) Aún cuando el
papel de la tecnología esté esclarecido y sea concebido como un “medio” para el
logro de la enseñanza y el aprendizaje, las universidades deberán hacer el
esfuerzo de ajustar sus presupuestos de modo que pueda contarse con equipos
interdisciplinarios que faciliten el diseño
formativo de los materiales de estudio.[3]
Ello implica la producción de textos didácticamente presentados, los que
requieren de aportes pedagógicos, disciplinarios, administrativos y
tecnológicos.
Para el logro de esta clase de desarrollo la
universidad debería facilitar apoyos e incentivos que favorezcan la
consolidación de una masa crítica (entre sus profesores) interesada en crear y
ofrecer a los estudiantes no sólo actividades, sino esencialmente oportunidades
de aprendizaje. Como lo afirma Tony Bates: Para enseñar con la tecnología se requiere
un alto grado de destreza, y esto exige una formación no sólo en cuestiones
técnicas, sino también en la práctica educativa.
v) En las
universidades de América, es preciso asumir que las consecuencias de tener una
sociedad basada en información lleva a consolidar el proceso de transición
hacia la sociedad del conocimiento en
la que la educación superior deberá asumir algún papel. Sin embargo, para
lograr su pleno desarrollo y, más aún, para derivar de su intervención acciones
que beneficien el desarrollo social, será preciso:
§ Una
acción más esclarecida y activa por parte de las universidades, las que deberán
acelerar su paso de la difusión a la producción de conocimientos, dejando así
una porción mayor de esfuerzos financieros y humanos destinados a la innovación
y la investigación.
§ Para
que las instituciones de educación superior puedan dar este salto evolutivo se
deberán crear nuevos modelos de gestión, en los aspectos organizativos y
también en la forma de concebir la génesis del conocimiento.
§ En un enfoque de esta naturaleza parece importante dejar
a la creatividad y la innovación un papel y un rol que hasta el presente ha
estado ausente en las universidades más tradicionales.
Las investigaciones en torno a los entornos virtuales de
aprendizaje, a sus instrumentos y métodos, pueden ser un excelente camino para
descubrir el modelo formativo que requiere una perspectiva social del
conocimiento aplicado a los problemas y necesidades de la Región.
[1] Etkin, Jorge. “El
determinismo y los rasgos de autonomía en las organizaciones”. En: Enfoques, octubre 2004, 10, pp. 77-82.
[2] Véase en: Duart,
Joseph M. y Sangrá, Albert. “Formación universitaria por medio de la web: un
modelo integrador para el aprendizaje superior”. En Duart, J. y Sangrá, A.
(Comp.), Aprender en la virtualidad,
Barcelona, Gedisa, 2000, pp. 42.
[3]
Para una ampliación acerca del constructo “diseño formativo”, recomendamos ver:
Duart, Joseph M. y Sangrá, Albert. “Aprendizaje y virtualidad: ¿un nuevo
paradigma formativo?”. En Duart, J. y Sangrá, A. (Comp.), Aprender en la virtualidad, Barcelona, Gedisa, 2000, pp. 18-20.